11 de febrero de 2020
Los vecinos cuentan
Nelly es vecina de La Pedrera y compartió con nosotros un cuento dedicado al balneario que, a su vez, nosotros compartimos con los lectores.
// La Paloma Hoy //
Soy una uruguaya-americana de 73 años, que en los últimos años me he dedicado a escribir. Me he presentado con varios cuentos cortos en diferentes concursos nacionales e internacionales, en algunos salí destacada y en otros no... Solo quiero ofrecerles sin ningún interés, un cuento corto sobre nuestra Pedrera.
Costas de Rocha
Se dice de las costas de Rocha que están llenas de misterio. Los naufragios ocurridos en ellas dejaron leyendas, historias, realidades y por sobre todo muchos secretos. Les voy a contar algunos de ellos…
Corría el año 1516, cuando ocurrió el primer naufragio, fue uno de los barcos perteneciente a la expedición de Solís.
En 1842 se hundió una fragata portuguesa y en 1869 el barco inglés Bessie Hanton. De este último hubo un sobreviviente, quien optó por permanecer en esas tierras. Se convirtió en un ciudadano ejemplar ayudando a todos en su localidad, el pueblito San Vicente, llamado hoy Castillos. En 1892 encalló la nave militar argentina “Rosales”. Se salvaron solamente veinte personas, los oficiales. Los integrantes de la tropa murieron ahogados. Aun hoy, en días de tormenta, se escucha entre el rugir del mar los lamentos. El capitán había ordenado a la milicia dirigirse a las bodegas. Una vez allí los encerró, no había botes salvavidas para todos. Esa fue la disculpa emitida cuando fue enjuiciado.
Mientras que en La Pedrera, hoy, en las noches de luna llena, se ve a una mujer caminar lentamente bordeando el agua. La llaman “la loca de la playa”. Luce escuálida, sus cabellos sueltos pasan la cintura, la vestimenta harapienta, edad indefinible. De su boca salen sonidos enigmáticos para el oído humano.
Una de esas noches de verano, en que baje a la playa, la vi.
Sentí una curiosidad incontenible, tuve que acercarme a ella.
—Buenas noches, ¿puedo acompañarla en su paseo? pregunté tratando de ser muy casual.
Su exotérica mirada lo dijo todo. Insistí tontamente.
— ¿Puedo?
Apenas terminada la pregunta un graznido salió de su garganta. Traté de calmarla emitiendo una asustada sonrisa y un simple adiós. Me fui…, pero no olvidé lo ocurrido. De regreso en la ciudad consulté el caso con mi siquiatra y se mostró muy interesado. Tanto fue que partimos en caravana, a la siguiente luna llena, él, su amigo un médico foniatra, y yo.
Localizarla era muy sencillo, lo difícil aproximarnos sin alarmarla.
De una canasta de mimbre, preparada para la contienda, extraje una flor y unos pastelitos de dulce. Me aproximé sin mirarla, extendí mis manos con los presentes y permanecí quieta. Con un gesto rápido los manoteó. Llevó la comida a su ávida boca como quién hace mucho no come. Me miró y con gesto brusco señaló la canasta. Nos quedamos quietos en silencio, hasta que ella comenzó a emitir sus sonidos guturales. Lentamente nos fuimos alejando.
Repetimos el episodio por varias noches, hasta que notamos ella nos esperaba con ansiedad, en el mismo lugar.
— ¡Llegó el momento!— dictaminó el siquiatra —. Es ahora o nunca.
—Tiene razón ¿no le parece?—me preguntó.
La internamos en el hospital de Rocha. Pasaron más de treinta días antes que le permitieran visitas.
Muy emocionada, me aproximé a su cuarto. Al traspasar el umbral vi una joven mujer que me sonreía desde un sillón.
—Hola —dije.
— Gracias, gracias…, gracias—contestó en voz gruesa y apagada—.Su rostro húmedo por las lagrimas mostraba agradecimiento.
La abracé y sollozamos al unísono.
Lentamente fui enterándome de su vida: del abandono materno, de vejaciones y humillaciones interminables; de las risas y burlas que era objeto por el solo motivo de ser una andrajosa. Todo eso hizo que la joven se refugiara en las cárcavas de Punta Rubia. En ese aislado lugar nadie la molestaba. Se alimentaba de algún calamar, ostra, huevos, o de semillas como las aves. Conversaba con el océano, las plantas, los animales o las estrellas. Así fue como, poco a poco, se olvidó de hablar.
Hoy la vida le da otra oportunidad, ¡el futuro es de ella!
Cuando camina por las calles de La Pedrera los parroquianos, presumiendo de su aprecio, la llaman, la saludan y la invitan a compartir un mate. “La loca” de la playa hoy es noticia, los medios la buscan para entrevistarla. Ella solo les dice — “Doy gracias a mis médicos y en el futuro quiero ir a la escuela, nada más…”
Pasaron algunos años, en la escuelita del pueblo reciben a la nueva maestra. Pocos recuerdan quien es ella.
Chichita
nellyfraga0@ gmail.com
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Comentarios
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roberto cegelnicki
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Buenas tardes, me imagino que lo de uruguaya-americana es porque Uruguay es parte de América no? Muy bueno. Saludos
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Rosario
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Me agrado mucho el relato. Linda forma de escribir. Felicitaciones
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Alberto Machado Marchand
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Excelente relato. Yo recomiendo la lectura del libro "La Pedrera, vida y milagros" de la prestigiosa escritora lugareña María Ferrer. Se trata de una obra muy completa y notablemente documentada, referida a la historia del balneario. Se encuentra a la venta en su domicilio, en la rambla, a media cuadra de la calle principal. Un libro de lectura obligatoria, no solo para los visitantes ocasionales, sino para muchos de los que hemos tenido el privilegio de vivir parte de nuestra niñez y adolescencia en La Pedrera y que no dejamos de emocionarnos, al reencontrarnos en sus páginas con la historia real de nuestro propio pasado cercano.